Pasar de la supuesta "sociedad del bienestar", a un nuevo mundo en el que todo es pobreza y fatalidad te hace ver todo de otra forma, por suerte solo estaba de paso. Únicamente me encontraba aquí por una misión, la de disparar a todo que creyera conveniente; algo muy personal y subjetivo, pero así era mi vida.
Día tras día, disparé cientos, miles de veces, hombres, mujeres, niños, ancianos, enfermos, nada escapó de mi mira. En el tumulto y caos de una ciudad en guerra no es difícil pasar inadvertido, más aún cuando ves otras tantas personas en la misma situación que tú. Dos razones causaron este presente, la primera, que echarse la siesta no daba de comer, y la segunda, me gustaba lo que hacía; puede parecer extraño, pero disparo tras disparo iba forjando mi vida, no todos tiros daban en el blanco -como todo en esta vida- se mejora con la práctica.
Hora tras hora, muchos momentos especiales transcurrieron, pero poco a poco todo se iba convirtiendo en rutina, hasta que vi los ojos de aquel guerrillero, aproveché aquel instante, lo viví al máximo, millones de emociones brotaron, disfrute como si fuera lo ultimo en esta vida, por desgracia llevaba razón.
Lo afronté, un disparo a la desesperada narraría lo sucedido, enfoqué y disparé, se había acabado el carrete, la cámara cayo al suelo, y yo tras ella.
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